sábado, octubre 16, 2004

DEMASIADO TÍPICO

No me puede estar pasando esto a mí", se dijo, mientras se levantaba del suelo y miraba el pendiente a contraluz, aunque le había bastado palparlo para identificarlo como ajeno. Se sentó un momento en la cama y le vinieron a la mente, al menos, cinco películas y tres novelas (malas casi todas) donde la esposa descubría la infidelidad del marido al encontrarse un pendiente ajeno bajo la cama. Le vino la escena de Andy McDowell aspirando la casa y descubriendo la prueba de que su marido se la estaba pegando con su marido, en aquella cinta, Sexo, mentiras y cintas de video, y se descubrió imaginándose a ella con el morenazo de Gallager envueltos en mil sudores.

Se echó el pendiente al bolsillo. Su marido estaba en la ducha. Se fue a la cocina he hizo como si nada. Al día siguiente, cuando su marido se fue a trabajar, salió a la calle y compró otro par de pendientes y dejó uno de ellos justo donde había encontrado el de la amante. Luego, un poco antes de que llegase su marido, colocó la cámara de video de modo que enfocase debajo de la cámara y la dejó grabando, escondida bajo unas ropas. Cuando el marido llegó, le dijo que bajaba a por tabaco, dejándole el campo libre. Pero al volver, el pendiente seguía allí. Paró la cámara mientras estaban cenando y viendo una película, y la volvió a conectar antes de irse a la ducha. Al día siguiente, la cara de su marido le miraba algo colorada por la postura desde debajo de la cama.

Hizo un par de llamadas de teléfono, cogió las maletas y metió dentro toda la ropa, la bolsa de aseo, los zapatos y escribió una nota. Llamó a un taxi y se fue a un buen hotel de las afueras. Con la tarjeta de crédito de él, reservó la mejor suite para dos noches, ordenó champán y una langosta. Cuando se sintió satisfecha, se fue de nuevo a la ciudad, compró un móvil con la misma tarjeta hizo un par de llamadas. Llegó a casa justo para atender a su cita de las cuatro y luego se fue a darse un baño espumoso. Desde la bañera llena de agua hirviendo y espuma, mandó un mensaje desde el nuevo móvil.

El día había sido un verdadero infierno. Primero, ella le había dejado. Se había quedado pálida como polvo de talco y, a la vez que dos lagrimones le corrían por el rostro, le había pedido que se fuera, primero con voz queda, luego gritándole como una posesa. Como él no entendía el porque, trató de acercársele para abrazarla, pero ella le había empezado a golpear y, cuando se había logrado zafar, aún sorprendido y sin dar crédito a lo que sucedía, ella empezó a lanzarle los objetos que iba encontrando a su alcance. A causa de la pelea, que seguía sin explicarse, había llegado tarde a una reunión con un cliente nuevo y lo había perdido. Al llegar a la oficina, su jefe le esperaba con cara de pocos amigos, pero no gastó demasiada saliva: "Despedido". Y, sin más, llamó a seguridad. Tuvo el tiempo justo para recoger sus cosas, bajo la atenta mirada del guardia de seguridad y su secretaria (ex-secretaria entonces), que vigilaban para que no se llevase información confidencial.

Se fue a casa con intención de relajarse y contarle todo a su mujer, pero al llegar la llave no abría. Estaba por llamar al cerrajero, cuando le llegó un mensaje al móvil. "Ven lo antes posible, estoy impaciente", y una dirección en las afueras. Se quedó un momento pensativo, aplicó el oído a la puerta conteniendo el aliento, pero no escuchó nada. Se dio la vuelta y se marchó. Por fin parecía que algo le salía bien ese día. Seguramente era ella, arrepentida por la escenita (no era la primera vez que le montaba una, aunque esta había sido sin duda alguna la más espectacular). Necesitaba echar un polvo para relajarse y contarle lo del trabajo. Bueno, en realidad le daba igual, ya que era más una tapadera que otra cosa. Su verdadero negocio era otro. Por eso, lo más importante era reconciliarse con ella. Ya llamaría a casa para ver que pasaba con la puerta. Aparcó el coche frente a la entrada del hotel, un caserón antiguo muy bonito y bien cuidado, al estilo de los palacetes de finales del siglo pasado. En recepción le dieron la llave y subió a la habitación. Una música suave se colaba por entre las rendijas de la puerta y el olor a jabón de lavanda perfumaba la habitación. No vio las maletas, pues estaban tras la cama, alta y con dosel, y él se había dirigido directamente al cuarto de baño, de donde parecía provenir la música. La nota estaba sobre el lavabo, y la abrió concierto reparo. Dentro, encontró un pendiente y una nota que decía. "No vuelvas nunca".

Zirbêth